«Mi valle de la muerte»: un nombre y un apellido

Cuando te unes a una organización como enseña por Colombia, las expectativas son grandes y los retos aún más (...)
Blog CuenTeach -  Mi valle de la muerte - Jennifer Valbuena

Jennifer Valbuena

Ex-participante de Enseña por Colombia

Profesora de Inglés en Bucaramanga, Colombia

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Cuando te unes a una organización como enseña por Colombia, las expectativas son grandes y los retos aún más; los éxitos, los fracasos y las experiencias de vida son muchas. Aquí, contaré mi punto de desequilibrio más grande, una razón que me llevó a reconsiderar si enseñar era o no para mí.

“El valle de la muerte” es una expresión que todo eco ha escuchado durante su formación, ese período de tiempo crucial que se presenta durante nuestra curva de aprendizaje. Al principio pensé que dicho valle serían esos primeros meses donde no lograba definir mi estilo de enseñanza; o donde no sabía hacer ni la mitad de cosas que hago ahora. Sin embargo, mi valle de la muerte apareció a mediados de agosto de primer año cuando manejar un aula de cuarenta niños era sencillo.

Mi valle de la muerte tuvo nombre y apellido, por obvias razones debo de omitir su identidad, pero les diré que fue mi estudiante más problemático. Mi querido estudiante llegó poco después de Marzo, y en medio de sus problemas de conducta, y logré establecer una relación de docente-estudiante bastante sostenible. Él era un problemático de primera, con una adicción muy fuerte a las drogas y un abandono completo de su familia. Pero en medio de todo, veía las habilidades que tenía para aprender cuando se lo proponía, y siempre lo motivé a mejorar. Le hablaba directo, “sin caretas” como le solía decir.

Nunca pensé que él sería mi valle de la muerte. Soy un eco que adora a sus estudiantes, pero que mantiene la distancia, aprendí que un aula segura era lo único que podía darles; que sus vidas privadas debían seguir así, por mi bienestar y a veces por el de ellos mismos. Sin embargo, las distancias no funcionan cuando te encariñas con ellos y más cuando logras conectar.

A mediados de agosto, ingresé a mi clase de inglés con todas las ganas de enseñar el presente perfecto; y culminé en menos de dos horas llorando en el salón frente a mi grupo. Mi estudiante se había drogado, tuvo un conflicto personal con una de mis estudiantes (estaba enamorado de ella); y yo había afrontado a este chico poco consciente de su realidad, violento y dispuesto de agarrarse de a puños con mis otros estudiantes. Se tuvieron que meter dos profesores más para ayudarme a detenerlo y parar con la locura en la que se había convertido mi clase.

Lo más triste de esta situación fue que mi corazón se rompió por partida doble. Por un lado, mi estudiante había colapsado; y por el otro, mis chicos, con los que llevaba meses y dialogando (eran mi grado a cargo) habían sido totalmente indiferentes. Nunca intentaron ayudar, solo miraron como yo intentaba detener sola a un chico más fuerte y agresivo que ella; incluso chicos que eran físicamente el doble de mi tamaño voltearon el rostro hacia otro lado.

Sí, puedo afirmarles que en ese instante no pude soportar más la situación, salí del salón termine en un baño agitada; afectada y siendo consolada por la enfermera del colegio. Luego, con un valor desconocido limpié mi rostro y volví a ese salón donde sentía solo decepción y tristeza. Fueron los minutos más tristes que he vivido en enseña. Recordé por un instante toda esa charla sobre la vulnerabilidad, de la que tanto habían hablado en mi formación; y por primera vez decidí ser vulnerable ante ellos.

Saqué todo de mí, les expresé mis dudas, mis inquietudes y como me había sentido. Si lloré frente a ellos, quería que notaran que habían actuado mal. Debía demostrarlo y ser valiente, abrir mi corazón y esperar que ellos resarcieran lo que habían hecho. Hubo muchas disculpas ese día, muchas miradas arrepentidas y cabezas agachadas.

Ese día, en el sofá de la casa donde vivía, lloré. Me permití ser débil nuevamente y saqué todo de mí. Me cruzó por la cabeza que quizás debía retirarme, que de pronto yo no era la persona correcta para esto. Que si fuese una buena eco, esto nunca habría sucedido, que mi chico no habría colapsado, que mi grupo no me hubiera dado la espalda… no sé mi mente se lleno de muchas cosas, pero sí, fue mi valle de la muerte por dos semanas. En ese tiempo, apenas les dirigía la palabra fuera de la hora de inglés y a quienes quería ver. Con el tiempo, las cosas se calmaron entre nosotros. Los chicos cambiaron su actitud conmigo, fueron más afectivos, más cercanos y fueron más sinceros. Quizás mi valle de la muerte fue al final ese paso que necesitábamos para construir una relación más sólida y duradera.

Actualmente, están en undécimo. No les doy clases, pero les hablo y ellos me saluda; muchos se ríen conmigo, me dicen que me extrañan y algunos con tonos bromistas me dicen que aún son mis hijos… los adoro y estoy pendiente de ellos aunque no sea su directora de grupo.

Sobre mi estudiante problemático, él se retiró del colegio a las dos semanas del incidente. Su adicción era un problema controlado. Sólo tuvimos una última conversación, aún recuerdo cada palabra y veo sus ojos vacíos y demasiados dolidos con el mundo. Pero también tengo la certeza de que algo quedo en él, un remanente que en su momento ayudará en su proceso de curación; porque sé que él podrá salir del mismo hueco donde se metió, cuando él tome la decisión de hacerlo.

Una de las grandes enseñanzas que me llevo: No eres un héroe, eres un docente, un maestro y un amigo para estos niños. Da lo mejor de ti pero no cargues con sus vidas. Tu das una semilla con cada palabra y enseñanza, pero al final son ellos quienes la germinan, solo debemos tener fe en ellos. Yo tengo fe, espero que este mensaje te de la fortaleza necesaria para seguir y no desfallecer.

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